Comida de fiesta.

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Papas arrugadas para días de fiesta.

Hace años escribía:

«Después de desear y esperar mucho, a uno se le queda el cuerpo con resaca.
Ocurre después de Reyes o cuando preparamos con mucho nervio y mimo una fiesta grande… o después de carnaval.

Y así sigue siendo hoy: Esperados, deseados, organizados y disfrutados, los carnavales dejan cierto pozo de desazón y extrañeza.
Los apretados abrazos a los amigos que regresaron para los Indianos, los ratos con los niños de la familia que ya van construyendo sus propios recuerdos, esos instantes frente al espejo probando los viejos disfraces, riéndonos al no entrar en los trajes de hace quince años, o alisando las arrugas de las faldas de raso y las plumas.
Recuerdo con nostalgia cuando, no hace tanto, después de ver a la Negra Tomasa en la Plaza de España, el lunes de carnaval, empezábamos a buscar acomodo para comer. Reunidos en casas amigas que abrían las puertas y ofrecían pabellón criollo, arroz a la cubana, congrí  y sopas de miel, o en restaurantes de las afueras reservados semanas antes. Entonces las carreteras, por la tarde, eran una romería LENTA de coches y guaguas llenos de grupos ataviados. Desde cualquier lado, andando por los arcenes o desde azoteas y balcones: te saludaban. Todo era más pausado. La vida, en general, lo era.
Hoy los aviones llegan llenos y los barcos, desde días atrás también. La ciudad recibe y la verdad es que da poco salvo el entorno, la diversión y la hospitalidad. Es cada familia, cada persona, la que lo escenifica. No hay espectadores, no hay aceras, todo es fluir o estancarse (ya que tal desborde pone difícil el paseo desde el Muelle a la Alameda).
Y después de todo eso, uno se queda como… vacío.
Se mezclan los recuerdos de otros años, con los de éste, incluso con la idea de no haber aprovechado bien cada día, y cada noche. El domingo, mientras comíamos las papas arrugadas y este conejo que probablemente no volveré a cocinar hasta alguna fiesta de guardar, rememorábamos las miradas que quedaron pendientes de un acercamiento, las palabras que no se dijeron, los saludos que quedaron en el aire entre aquella mascarita y tú, la pieza de música que no bailamos…
Quedan varios entierros de sardina que quizá el frío, que llegó de repente, no arruine; pero las pelucas, los vestidos con encajes, los sombreros, las flores, la maleta de cartón y el traje de lino ya esperan limpios hasta el próximo año en que volvamos a desembarcar en el Muelle de Santa Cruz de la Palma y pintemos de talco y fantasía esta ciudad.

Y mientras, …ocurrirán otras cosas.

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Conejo en salsa con almendras y templumes isleños.

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Me asalta la vida (Fideos exóticos)

Entre claroscuros me asalta la vida. Y yo me dejo asaltar, me rindo a su tremenda belleza. No dudo, me abandono aunque proteste débilmente… ¡¡esa farola, ese caño!!… Pero levanto los brazos, me abro, voy más allá. Y ahí está, impresionante a pesar de mis imperfecciones y es tan fácil en ese momento sentirse bien.
Ayer daba vueltas a la idea de cambiar la cabecera, y aún hoy sigo convencida que algo más cálido debo poner. Pero, las cosas como son, este fin de semana no ha sido en absoluto pre-invernal. Así que con ese ánimo «entretiempo», como las antiguas rebequitas,  me he levantado hoy. Despierta, sensible, moldeable, sonriente… vamos, total  y absolutamente «dominguera». Feliz y despreocupada, aunque la nubecita que tengo sobre el martes me exigiera hace meses un ejercicio de comprensión y replanteo de mi vida. Lo que sí tengo ya claro es que, sea lo que sea, todo estará bien e incluso: ¡mejor!
Ayer me gustaba el rojo, sí… y hoy me sigue gustando. Pero creo que es mejor guardar para el recuerdo este paseo matinal por la ciudad. A un calcetín nada más, corto, torcido y desenfocado, pero suficiente para dejarme el alma ahíta de caricias. Y para acariciar hoy con un plato, nada mejor que el regalo de unos fideos con leche especiados.
 
 
FIDEOS CON LECHE ESPECIADOS
Hace un tiempo le contaba a Mªjose  (Macarrons de Sant  Joan) que en casa, de pequeños, era muy habitual tener para comer o de postre: fideos con leche. Totalmente diferentes al típico arroz con idem, pero igualmente deliciosos. Y a mí, que no me sale el arroz como quisiera, aún me ha dado más satisfacciones este plato que aquel.
Lo normal entonces , y hasta ahora cuando lo he hecho yo, era aromatizar la leche con limón y/o naranja y canela en rama, para luego espolvorear al final canela molida. La rapidez del preparado lo hacía, y lo hace, fenomenal para cuando es imprescindible tomar algo dulce que nos reconforte inmediatamente.
Leyendo por otros lugares, y con esta manía mía de coger de aquí y allí, me sorprendió el parecido con cierto postre (varios postres) de la cocina india que trataba de reducir una leche especiada con almendras y pistachos. Y de ahí, y de cierta manía que sigo conservando de probar cosas nuevas para mí, para tí, salió este cuenco (y algunos más que hice desde entonces).
Es tan sencillo como poner a reducir – o intentarlo-  leche de almendras (en mi caso ponía que no tenía azúcar, pero debían ser unas almendras muy dulces porque no me llevó ni pizca más), con una rama de canela, una lasquita de cáscara de limón, granos de comino y cardamomo. A mí me ha pasado en alguna ocasión que conseguí cogiera cuerpo la leche, en otras no tanto. Pero como sea, cuando esté concentrada la leche, pondremos un puñito de fideos cabello de ángel, dejando hacer un minutos y después apartando para que termine de cocinar.
Frío o tibio, esa cremita especiada hoy es mi caricia para tí. Es tan adictiva como los buenos masajes, así que ¡Ojo con repetir!
Gracias, feliz domingo, feliz semana
 
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Fresas Aliñadas

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Pensaba yo comenzar una entrada hablando de lo poca aventurera que está resultando la historia de este verano. Quejarme, quizá, que salvo el amor desbocado y desmedido de A., y alguna boda familiar, no se respira en el ambiente, pasión alguna.

Tan poco asirocado el aire, tan poco tórrido el verano, tan tibio-fresco, tan aséptico, tan con raras noticias …

Sin embargo… volví a escuchar esta canción (…), y A. me volvió a morder el dedo meñique y volví a revisar las poquísimas fotos de estos días y… ¡¡cómo puedo decir que la vida en sí no es apasionada y apasionante!! ¿Cómo?

 

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La  historia que se escribe este verano, definitivamente, no es de aventuras: No hay noches en vela al ritmo de corazones ilusionados y despiertos. Pero siguen batiendo las alas mariposas en la selva seca. El jazmín se desborda de flores azules. La enredadera blanca llega una cuarta más cerca del cielo. Los banderines ondean. Y hay fiestas casi cada día con comidas de familia numerosa, fáciles, a la plancha, verdes y afrutadas, dulces, simples, tibias o más frías, alegres, revueltas a veces, y casuales. Que la alegría se hace, o se intenta, ¡¡ y,  se cocina!!

Como estas FRESAS ALIÑADAS, con su aceitito del bueno, su pizca de ajo majado, sal, pimienta, orégano y vinagre de manzana. Y después de unas horas en que el jugo de las fresas se mezcla con el adobo: acompañan unos tomates, queso y aceitunas… o unas hojas de lechuga… embutido si es la cena, o una tortilla si es el almuerzo. Con risas, gritos,  ladridos, chapoteos, conversas filiales, uñas de los pies rojo brillante,  ranas, recuerdos y  la música de la verbena vecina, quién se atreve a pensar que este verano no es, también, ESPECIAL???

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-Her: Home is wherever I’m with you

Cada verano tiene una historia

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No es el cambio pre-establecido que se espera con las campanadas de cada 31 de diciembre, ni el renacer interior que viene sucediendo allá por septiembre.

No. En Junio, con su San Luis, su San Juan, su Corphus, El Sagrado, San Pedro y San Pablo,  dormita una Esperanza diferente.

Ya con solo mencionarlo, se llenan el cuerpo, los ojos, las manos y la boca de anhelos. Es una  imprecisa revolución, innominable e  inespecífica. Se mira la luna, se compran flores y frutas. Se madruga para regar los patios, y esperar que la vida despierte. Hogueras queman viejas penas al tiempo que se conjuran deseos nuevos (o eternos) …Brotan las pequeñas rosas de los rosales salvajes.

"¡Alegría, hermosa chispa de los dioses 
hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave. (...)" 
Friedrich von Shciller

Y así, una y otra vez, el ánimo parece sanar con el frescor de las frutas. Se desperezan los sentidos. Nos vestimos de alas. «Despabilamos» , como si el tiempo nos diera una patadita en el trasero.

"Bajo del cielo fiel Junio corría
arrastrando en sus aguas dulces fechas…
Llegas de nuevo, río transparente,
todo cielo y verdor, nubes pasmadas,
lluvias o cabelleras desatadas,
plenitud, ola inmóvil y fluente.
Tu luz moja una fecha adolescente:
rozan las manos formas vislumbradas,
los labios besan sombras ya besadas,
los ojos ven, el corazón presiente.
¡Hora de eternidad, toda presencia,
el tiempo en ti se colma y desemboca
y todo cobra ser, hasta la ausencia!
El corazón presiente y se incorpora,
mentida plenitud que nadie toca:
hoy es ayer y es siempre y es deshora"
Octavio Paz

Uno se da cuenta que es una pérdida, guardarse. Un pecado, negarse. Un terrible error, no abrirse. Una cobardía, enfermar de tristeza. Un tipo de muerte, no expresarse. Algunos de esos ratos, es tan simple como compartir lo que nos fortalece,  nos llena, nos desborda de alegría. Tan sencillo y plácido es a veces el camino. Tan fácil como algún tiempo atrás pensamos que era y dejó de ser… Y es que, a lo mejor, no estoy segura, alguien se desvió dejándonos tan perplejos que pensamos que éramos nosotros los que habíamos confundido la vereda.

Así me siento yo desde el Blanco Agosto del 2010, que duró hasta bien pasado el  2011: … como un trompo caído en mitad de un camino.

Retomo y vuelvo a tomar el paso. Una y tantas veces como me despierto a las mañanas de junio, julio, agosto, septiembre. Pero tengo que reconocer que la historia de aquel verano fue tan intensa, tan especial, tan arrebatadora, que aún me despierto con las briznas de su sol, salado, prendido en las pestañas.  Bajo un pinar altísimo y espaciado, los cirueleros alrededor de la casa, extienden sus ramas (como raíces) en horizontal, madurando lentamente la fruta, de color amarillo flor de tunera. Paseo entre las pencas, buscando hormigas entre los estambres de interiores cálidos y dorados. Cierro  los ojos un momento y soy felizmente consciente del aroma a pinillo seco y tierra que desprende mi piel. Cuando vuelvo a abrir los párpados, el sol se ha movido una cuarta, ahora hay sombra donde antes era luz y claridad donde fue la oscuridad.

Sí. Todo es casi como entonces, y sin embargo esta debe ser una historia diferente, porque cada verano tiene la suya.

Por eso, en esta segunda fiesta del verano, no habrá escacho, ni mojo-queso, ni pasta con su pesto, ni «patún», ni ensalada con pepinillos… ni nada que me recuerde otras historias. Necesito centrarme en escribir la que corresponde a mi noveno cumpleaños:  palabra a palabra… aunque sea con renglones torcidos, aunque en el fondo nada haya cambiado (porque ciertas cosas no cambian hasta que les toque hacerlo), salvo mis ganas de seguir adelante.

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Será una ensalada nueva para los invitados. Está tomada de uno de los libros de cocina que más me han gustado en los últimos tiempos. «Cocina Vegetariana»  de Love Food. Cada año, por Reyes, cae alguno, ya que los Magos saben de mi gusto por ojear libros y revistas. No copio, ciertamente. No tengo calma para eso. Pero sí me gusta mirar las fotos, observar la mezcla de ingredientes según sea la cocina propuesta, … curiosear más que nada. Sin embargo, de este libro sí he cogido varias ideas. Es como si todo él, de principio a fin, estuviera hecho para mí: Asados, guisos, cremas, salteados, fritatas, ensaladas, frutas al horno, currys…

En concreto: este plato, sigo escribiendo, lo probé hace ya meses. Y es hoy cuando rescato esta foto del ipernity y decido que será el regalo para el cumpleaños de mi hermana, y su fiesta. Un buen acontecimiento, incluso mejor que otros, para abrir un nuevo  capítulo  I.

INGREDIENTES:

Aguacates (los últimos que me regaló el vecino. «El próximo año, no tendremos», me dijo)

Ensalada de hojas verdes y rojas. Rúcula.

Tomates sabrosos.

Cebolla tierna roja, o cebolleta.

Nueces tostadas .

Aliño: Jugo de Lima, Mostaza Djon, Perejil o Cilantro, Oliva, Pizca de Azúcar o miel, Sal y Pimienta

 

 

 

Una mañana. París. Un café. Un perro. Un beso

de Henri Cartier Bresson
de Henri Cartier Bresson

Amanece domingo. Suave y fresco domingo.

A. , por fin aceptó que aún no es hora de paseos.

Yo pude echar un vistazo a algún periódico y robar esta foto. ¡Qué bonita es!

 

Y no estoy en París pero… es hora de bajar a la terraza de la cafetería. Pedir uno, suave, con leche bien cremosa y justo de azúcar, y pelearme por tomarlo con calma mientras el de noble estirpe que actúa como un lobo, se empeña en «besarme» los dedos de los pies. ¡Y así queda inaugurada la temporada de verano de mi año 9!

 

 

Crema de coliflor asada o el Realismo Mágico de mi cocina

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Llevo días sintiéndome extraña. Revuelta, revolucionada, ausente. Advierto. Y así, esta mañana, con un lebrillo lleno de pestiños por melar, una parranda de cumpleaños prevista para la hora de la comida, A. «jimiriquiando» para que juguemos, y mil cosas más, yo me pongo a elucubrar sobre el sentido de los platos que me sale preparar.

Concluyendo: Creo firmemente que el Realismo Mágico de García Márquez, Isabel Allende o Juan Rulfo no es exclusivo de una zona geográfica o un período temporal,  ni siquiera de la literatura. No sé si habrá empezado exactamente en los años 60 del siglo XX, antes… o simplemente es una forma de VIVIR, mágicamente, la realidad.

No puedo apartar de mis recuerdos, momentos «normales» percibidos con un halo de blanca magia. Y es precisamente en la cocina, en el instante de decidir cocinar, en el impulso que va más allá del simple halago al estómago y la gula, más allá de aplacar cierta ansiedad, …en la elección del método y el ingrediente, en la búsqueda de ese «poder» curativo del alma que tiene el fogón.

En mi cocina, en mi archivo de retratos (ya se notará que no pongo en palabras ni la décima parte de las pócimas que pruebo),  la naturaleza con que yo imagino un ingrediente o una fórmula casi siempre tiene un valor mágico. Lo nombraré, O no. Pero cuando decido probar o mejorar algo, un buen puñado de instintos está armando algo a través de mis manos.

Si fuera rematadamente romántica, quizá pensaría que, como la Tita de Laura Esquivel (Como agua para chocolate), estaría utilizando y afilando mis armas, en búsqueda de delicias que sirvieran de comunicación con mi Pedro… o metaforeando la pasión y el sentimiento.

 

Pero incluso reconociendo que no creo serlo y que Pedro jamás pasa por aquí (buscando islas imposibles anda), tengo que admitir que encender el horno para hacer una crema o una sopa es una desviación del amor que me habita. ¿Cómo se puede explicar de otra forma?  Yo, que soy de impulsos, que procuro ahorrar, que no rebusco ingredientes extraños, principalmente temporera, poco elaborada, y recolectora… ¿qué hago rizando el rizo a una pobre coliflor????

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Y extraigo su último suspiro, ese que impregna su carne de sabor a tierra… y envolverá la cuchara como una caricia largamente esperada, imposible de separar con facilidad. Nos llenará  la boca haciéndonos sentir satisfechos de mimos, curados de dolencias, calientes como el agua para el buen chocolate…. Y si ésto no es pura realidad mágica,  ven, prueba y luego me cuentas!!!!

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A., y la mi dieta de la Felicidad

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Aquel que es de noble estirpe y actúa como un lobo crece. Hace dos o tres semanas, pierdo el sentido de las horas y los días van pasando. «Crece». Esa es la idea que más clara tengo en la cabeza esta mañana.

Definitivamente es muy poco para introducir ninguno de los platos que vengo cocinando últimamente. Mi vida estos tiempos está inmersa en una especie de sopor calmado, nado en un mar de alegrías naturales, en extremo simples, lejos de artificios y precisamente por eso, creo,  difíciles de describir y carentes de ningún valor.

Sin embargo esta mañana leía un artículo de Miguel Ayuso, en el Confidencial:  LA DIETA DE LA FELICIDAD.  Y yo diría que no solo porque los alimentos, en su composición nutritiva tengan «poderes» iguales o mejores que cualquier medicamento, o que se haya demostrado que las dietas alteren nuestros nervios, y que vitaminas y aminoácidos determinados mejoran, y hasta son imprescindibles para, nuestro estado emocional… sino porque en nuestra mente, relacionamos sabores, olores, texturas, formas de cocinar e incluso recetas o libros sobre cocina, con momentos de felicidad.

Supongo que cada uno tendrá su propia Dieta y yo, en este momento, estoy practicando una de ellas. Casi todas tienen en común el ser consecuente con una forma de vida saludable en su conjunto. No sé si por el instinto de perdurar, por nosotros mismos principalmente, y por otros seres que comienzan a depender de nosotros y con los que queremos compartir…  O soy solo yo la que se preocupa porque el amor dure eternamente???? Y eso es precisamente lo que me pasa. Relaciono cocina con bienestar. Bienestar con caldos y cucharas. Alegría con sopas, potajes, semillas. Guisos con tiempo al sol frío del patio, mientras A. se pierde entre las hierbas, da volteretas, me busca … y crece.

Marcella Hazan cuando habla de la Cocina Clásica Italiana,  dice que «… es un sistema de cocina que deja lugar a la improvisación y a la frescura de las intuiciones cada vez que se adopta, siempre que siga siendo un sistema reconocible y siempre que sus formas en evolución nos reconforten con ese atributo esencial de la vida civilizada que es la familiaridad…» ¡Cómo me apasiona esa forma de ver la vida, la cocina!

Paseo por muchos blogs últimamente. Tomo ideas o eso creo. Pero finalmente me pongo frente al fogón y vuelvo a mis recuerdos de siempre… a la escuela de EGB, al comedor escolar, a la cocinera María Ángeles, al menú del jueves: sopa y guiso.

Sí, porque guiso se llamaba a la carne compuesta, o a las papas con carne, en el comedor escolar cuando yo hacía EGB. Igual que decimos papas guisadas o cocinadas, nunca hervidas ni sancochadas… decimos guiso y queremos decir papas con carne y verduras hechas a fuego lento, o al menos con todos los truquis posible puestos en juego para conseguir que parezca así. Y yo, que no soy muy de carnes, cada vez que lo veo en una pizarra de menú, me quedo con las ganas de entrar y probar, buscando aquella misma densidad del caldo, aquel sabor suave ¡¡¡sin mojo, por favor, qué eso es otra cosa!!!  Y por darle algo de frescura, le añado mucha calabaza, calabacín y tomillo fresco… y por mantener ese sabor familiar: el cocinado lento y unas aceitunas al final.

 

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A. me entretiene más tiempo del normal. Pero así el caldo se convierte en puré casi, con una mezcla deliciosa de verduras y carne, apto para cuchara, pan y, con fruta: plato único del día. O de dos.

 

INGREDIENTES (aunque sea un plato que todo el mundo sabe hacer):

Poner Carne de vaca salpimentada para guisar, en tacos, sobre fondo de aceite de oliva a sellar. Una vez conseguido, ponerle cebolla, ajo, tomate, pimiento verde, todo picado en una semi-fritura con vino, pimentón y caldo (o agua).

Cerrar la olla a presión y dejar guisar bien la carne.

Una vez bien hecha, añadir: Calabaza, calabacín, zanahoria y papas, y dejar guisar y concentrar con la olla destapada.

En la última media hora, aromar con un puñadito de tomillo fresco, y al apartar del fogón, un puñito de aceitunas verdes.

Perejil, laurel, otros templumes o verduras son igualmente aprovechables… Yo le puse lo que había en ese momento, que guardar los nervios y ser feliz es también aprovechar y agradecer lo que se tiene (o algo así!!!!!) .

 

 

 

Si tú quieres, yo quiero.

En el salón entran débiles rayos de sol. Entre el hilo de la cortina, el encaje, y la rama de limonero que permanece adornada desde Navidad con pequeñas conchas, piedritas, luces y un pez de fieltro, el suelo se ilumina según va ascendiendo Lorenzo. La casa en silencio. Recién limpia y fría, muy fría, cerrada pero abierta a un Norte  de nubes y chubascos.

Me duelen los pies de tanto frío. No puedo dejar el sofá y la manta. Casi tan helados como mi cerrada cabezota que se despista con el vuelo de mosquitos inexistentes en lugar de centrarse en potencias, líneas y esquemas.

En la radio suenan «Amigos imaginarios»

http://www.youtube.com/watch?v=noSPnSqVQdU

Entre la tormenta y el aguacero, entre nubes bajas y recuerdos, de repente vi a alguien sin miedo. Pude ver algo brillante y entero, un punto de luz con un paraguas pequeño, que decía: «ven, si quieres, yo quiero». Mirando las piezas quietas en el tablero, incapaz de descifrar de qué iba el juego, entre mis lamentos y algún trueno de repente me colé por un agujero, vi un poco de sol y a alguien desde el suelo que decía: «ven, si quieres, yo quiero». Si quieres, yo quiero, justo aquí te espero. Entre alas rotas y muebles nuevos, tras inviernos llenos de secretos, mientras me cegaba el humo de aquel incendio, descubrí que algo brillante y entero venía hacia mí y me tocaba el pelo, y decía: «ven, si quieres, yo quiero»

Entre el aguacero y el chubasco, entre el frío y el gris, siento un aliento vivo al borde del pantalón del pijama. Había olvidado que estaba aquí …Ven, ven, ven…

Y recuerdo algo que leí a J.B.: “Para estar contento, activo y sentirse feliz, hay que estar de novio con la vida»… «echarse un amante», «algo» o «alguien» que nos apasiona, que nos ocupa, que pensamos justo antes de dormirnos y que nos llena los sueños. No es un ritmo muy animoso ni un día soleado pero… él es brillante, y perfecto, y me mira con su paraguas chiquito y me dice «…si tú quieres, yo quiero».

¿Cómo decirle que no?

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Es día de vísperas. Hay muuuuchas cosas que preparar para mi fiesta. Vamos, a la ducha y al mercado, que es hora de poner los fogones a funcionar!!!

Yo… no tenía ganas de mucho hablar.

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«Casi 21 de diciembre, y apenas me roza el otoño»….

Ese es el título y principio del último post que intenté allá por el 2013.

Y no es porque no haya cocinado este pasado año, en que volví a la cocina con ganas, apetito y pruebas (no tengo más que mirar mis cachetes en el espejo!!). Ni que viviera una temporada gris y convulsa (porque ya lo olvidé). Simplemente: … no tenía ganas de hablar.

Una mañana, diría que fue por el verano, me desperté con la mente y la lengua en huelga definitiva. Ya llevaba amagando desde meses atrás, ¡ya!

Recuerdo que aquel día no cogí el teléfono, desde entonces anda con contestador activado. Dí una última respuesta a una cuestión que tenía pendiente y… ¡ya!  En el trabajo, me comunico por emails. En el wasap tengo bloqueados a casi todos mis contactos laborales, que solo activé para enviar una calurosa felicitación de Navidad. Me consta que se preguntan si estaré enferma. Si me ocurre algo. … ¡¿Cómo voy a explicarles que solo es que no me apetece hablar!?

Estaba cansada de tanta charlatanería. Horriblemente cansada de intentar lo lógico, de estar siempre, de sacarme de la chistera respuestas. Y, desde aquel despertar, me siento muuuucho mejor.  Creo que decir NO cuando no se quiere, cuando no sale espontáneamente,  y dejar de luchar con la razón para vencer al corazón me ha devuelto calidad de vida. La locuacidad, no, pero, mientras no tenga que vender algo, me va bien!! 😉

Han sido cuatro estaciones muy familiares. En prácticas de mi profesión futura: «hija, tía, hermana y madrinita». Con momentos de una ternura indescriptible, con ratos de cansancio físico, con vacaciones largas visitando lugares que NECESITABA conocer… llenándome profundamente de ellos. Descubriéndome a través de esos paisajes,  portadora de mi sangre (isleña).  Y a nivel más personal, haciendo acto de contricción, parando el análisis, reconociendo mis errores, aceptando mis fallos, perdonando los propios y los ajenos. Y aquí estoy!!!!

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Hace poco me preguntaron qué extrañaba. Respondí «no lo pienso». De hecho esta Nochevieja no hice balance, ni antes ni después…, aunque sí me pesaba algo que necesitaba aclarar.  Lo intenté pero solo logré repetirme. Temo que si vuelvo sobre ese punto oscuro, se removerán todas las palabras (y reproches) que decidí olvidar, no decir… y todas las disculpas debidas… y el pecho se estremecerá como  magma ardiente (influenciada estoy por el volcán de el Hierro!!!).

-No sé… Quizá sólo echo de menos un poco de espontaneidad, de inocencia,  de frescura, cortarme la cerneja muy  muy chiquita ……. bailar…

Así fue. Así ocurrió. Ayer supe que de tanto extrañarlo, casi había olvidado esta magia loca. En uno de los días más fríos de los últimos tiempos, decidí desayunar despacito y sola al sol, corrí descalza y mal tapada por el patio, preparando y devorando (cámara a cuestas) «pan con» Paté de Calabaza que había perfeccionado el día anterior, tomate y muchas yerbas. Qué explosión sincera de júbilo.

Qué asombro.¡¡¡¡¡¡ Qué cosquillas !!!!!  Los dedos me chorreaban, untuosos, olorosos

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…. Olor a horno, a pan y a orégano. A aceite, a tomillo… Un toque denso y profundo de semillas… Una brisa de tomate que me evocó al verano… y el cálido de calabaza y pimienta.

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Bueno, en mi línea (que hay cosas que no cambiarán jamás),  la receta y el bocadillo son simplemente simples, como ven, pero si realmente quieren que la revolución se haga en ustedes: prueben, y apasiónense con todos los sentidos. 

El paté con los ingredientes de arriba – ¡¡y sí, muuucho limón y pimienta y comino y ajo asado y tahine …o nos quedará remelosamente dulce!!- . El pan con buen aceite y orégano a la plancha, combinando tierno y crujiente; y, dentro, la olorosa crema reposada desde el día anterior, rodajas de tomate, tomillo tierno de la maceta del balcón sin balconada y más pimienta roja recién molida.

El cielo era azul y calimoso, y yo, con el mismo alboroto de los pájaros que no cesaban, casi como un milagro, sentí las ganas de contar desde las tripas hasta la lengua. Ganas intensas de hablar.

¿Ahora?, …¡¡¡todo será que no tengan que pedirme que me calle !!!!

El verano por las mañanas.

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El verano ya huele.
A pimienta verde, a queso viejo, a orégano, gofio y papas guisadas.
«¡Date prisa, enciende el fogón, que luego hay que cerrar las ventanas!»
Runrunean las moscas, y el ansia revolotea como todos los pájaros, al amanecer.
Los pies sucios de tierra, los dedos y los labios mojados del sereno, la leche que casi sube y se derrama en el fogón, el agua que chapotea en el tronco de cada una de las ramas de la selva.
Todo es de color intenso: el fucsia de los don diego, que se cierran a estas horas; el de los mimos y las amapolas que, justo al amanecer pierden su capuchón verde tierno y airean sus enaguas rojas. Todo, menos el blanco algodonoso de las sábanas, y el polvo que cabalga sobre ese rayo de luz dorada, por entrelosresquicios de las contraventanas de la habitación.
Luis Morera canta en un tono que me resulta cercano y familiar. Y yo, poco a poco, despierto de la hipnosis de este sueño. «Apaga el móvil media horita más, que ya luego trabajaré más duro pero… ahora es verano, y este tiempo no ha de volver jamás», me digo.

Arte de Vivir. Luis Morera

DSCF6195Y llega el sonido de esta mañana de verano que se despierta mezclado con el embriagante olor de esta receta de siempre. De esas que añoras desde que llegan los calores. De esas que te piden desde que apetece una cerveza… en cuanto  suenan los voladores de las primeras romerías y fiestas. De las que se te antojan, cuando recuperas el gusto del paladar, y ese otro gusto, el de por la vida… que por muy dormido que esté, no remolonea más allá de San Luis, a mucho tardar San Juan, o definitivamente por San Pedro da un taconazo en el suelo, estrena braga y se pone en marcha, otra vez, como cada año, como siempre mientras uno esté.

Que sea especial, para todos.